Las finanzas, como la
alimentación, forman parte de nuestro día a día, por lo que es recomendable
practicarlas de la manera más beneficiosa para nuestra calidad de vida. Son
muchas las voces que nos prometen dietas mágicas tras los excesos de cada
periodo de fiestas o cuando se acerca el verano, pero sin duda, solo aquellas
personas que practican de manera consistente y natural unos hábitos saludables
consiguen a medio y largo plazo los objetivos deseados. Por esta razón, también
con nuestras finanzas personales, lo más oportuno es practicar hábitos que nos
resulten fáciles y cómodos, yendo de menos a más de manera progresiva.
Cuando hablamos de hacerlo fácil
nos referimos a ser capaces de marcarnos objetivos realistas que en un
horizonte temporal a medio y largo plazo nos permita alcanzar nuestras
expectativas, de acuerdo con nuestras necesidades iniciales. A menos definición
de nuestros objetivos menos fácil lo estaremos haciendo y más posibilidades
tendremos de acabar frustrándonos por el camino, tomando decisiones
precipitadas que nos hagan equivocarnos. Por ejemplo, si no sabemos cuándo
tendremos que disponer de liquidez para atender deudas o realizar gastos
imprevistos podemos acabar vendiendo en un momento inoportuno e incurriendo en
pérdidas.
Mientras que cuando hablamos de
hacerlo cómodo nos referimos a la forma de conseguir esos objetivos. Es decir,
de acuerdo con nuestra capacidad de dormir bien por las noches, para lo que
tendremos que elegir entre productos más o menos arriesgados con los que conseguir
los rendimientos deseados. Y ajustar al máximo la proporción natural que nos
indica que a mayores rendimientos deberemos soportar mayores riesgos. Encontrar
el nivel de riesgo que cada cual somos capaces de asumir es fundamental para
elegir cómo, cuándo y dónde podemos invertir. Una consideración a tener en
cuenta es que los negocios de moda no son siempre los más seguros y rentables
porque aunque mucha gente no perciba un riesgo esto no hace que el riesgo
desaparezca.
Una vez nos hemos planteado nuestro
horizonte temporal y nuestra aversión al riesgo, podemos considerar otros
factores que entran en la compleja ecuación de gestionar nuestro patrimonio
personal con el fin de dar con la dieta que más se ajuste a nuestras
características. Así, cuando compramos una casa, pedimos un préstamo de
estudios o contratamos acciones en bolsa debemos tener una visión global de
nuestra posición financiera y tener presente que nuestra prioridad debería de
ser preservar el capital, para que una vez cubierta ésta podamos proponernos
incrementar al máximo las rentabilidades posibles.
Para ello debemos reunir los
recursos de energía y tiempo que hoy cabe destinar para alcanzar el nivel de
vida que queramos en el futuro y de los que tal vez no podamos disponer por
tener que destinarlos a resolver otras cuestiones más urgentes de nuestra vida.
Es en este exacto momento cuando el papel del asesor financiero independiente
cobra sentido, porque su perfil es el de la persona con vocación inversora
donde se acumulan años de dedicación, experiencias vividas, formación
constante, actitudes y aptitudes de cada persona. Y que por el hecho de ser
independiente le exigiremos que gane cuando nosotros ganemos, de manera
consistente en el tiempo y con criterios contrastados de análisis y
seguimiento.
Así, si no disponemos de ese
tiempo y energía para formarnos al nivel que haría falta, pero queremos
realizar una gestión activa de nuestro patrimonio ¿por qué no confiar en un
asesor profesional?